¡Qué
frio hace!-Pensaba Santiago mientras su madre le arrastraba de la mano por las
calles del casco viejo, de tienda en tienda en una carrera que a Santiago no le
agradaba lo más mínimo.
Cómo
ya sabía que los reyes eran los padres, su madre no tenía que dejarle con los
abuelos y comprar los regalos a escondidas. Al menos los del resto de la familia
aunque esta tampoco estaba muy contenta con la nueva situación.
-¡Vamos
Santi!, ¡no te separes Santi!-no paraba de repetir-. Mira Santi aquí igual
vemos algo para Cynthia, pero ¿me guardaras el secreto verdad?
-Si
mamá -contestaba Santiago al que le quedaba rescoldo de enfado por la traición
paternal de ser unos magos de oriente
muy poco orientales-.
Las
calles del casco viejo son un hervidero de gente que va y viene en navidad, los
comercios abren sus puertas hasta altas horas de la tarde y las luces que
engalanan las calles les confieren a estas un ambiente
mágico; la navidad siempre había sido la época del año que más había gustado a Santiago,
pero este era el primer año de saber la verdad; de momento no parecía tan
doloroso como había pensado en un principio; lo que sí que le dolían eran las
muñecas.
-¡Suéltame
mamá me vas a sacar una mano!
-Bueno;
pero no te separes Santi, ¡mira que si te pierdes!
-¡Qué
no mamá! ¿No dices que soy mayor?
La
turronería de Iváñez es un negocio que lleva en Bilbao desde muchísimo antes de
que Santiago naciera, incluso desde mucho antes de que su madre naciera,
concretamente desde 1860 aquí en la calle Correo justo en frente de la puerta
trasera de la catedral de Santiago, la
que da al claustro, pero esto Santiago, nuestro Santiago no lo sabe, aún no.
El
aroma del turrón hizo que de pronto el tiempo se detuviera, impregnaba todo el
ambiente al pasar por la puerta de aquella tienda que a Santiago le pareció
llena de magia, dio un paso al frente y se vio dentro de la tienda mirando aquellos estantes llenos de
dulces y exhalando aquel aroma por encima de la bufanda de rayas granates y
grises, olía como su casa la noche de navidad. ¡Sería maravilloso ser el hijo
de los dueños de esta tienda! ¡Siempre oliendo a navidad! En la calle se oyó un
revuelo de gente, dentro la magia continuaba.
De
Pronto Santiago recuerda que tiene una madre y un escalofrío le recorre la medula
espinal y siente un vahído que casi le hace caer, sus pequeñas botas “Kickers” vuelven
sobre sus pasos y le llevan a la calle.
Una ráfaga de aire frio le golpea en la cara y al contraste con el calor del
interior de la turronería siente otro nuevo escalofrio que se ve agravado por
una profunda sensación de desamparo. No puede llorar, no puede gritar, está
bloqueado. ¿Dónde está mamá?
De pronto e inconscientemente
su cuerpecito inició la carrera; una carrera desesperada de apenas unos metros en
busca del amparo de la catedral.
Como
ya dije frente a la citada turronería se
encuentra la puerta del ángel, también llamada puerta de los peregrinos que da
acceso al claustro de la catedral de Santiago.
Cuando
el niño de diez años atravesó el portón Juan salió de su absorto trabajo de
conservación de los belenes que allí se exponen todas las navidades. Ya se
habían marchado los visitantes y pese a que la gente en general es bastante
respetuosa siempre hay algún musgo que recolocar o alguna figura que retocar y
en eso estaba cuando entró Santiago.
Vio
ante sí a un niño asustado, jadeante y le invadió un gran sentimiento de compasión.
Juan no había tenido hijos porque tampoco se había sabido relacionar con el
otro sexo, nunca había conseguido que nadie se enamorara de él. Así que lo miró
como al hijo que nunca tuvo.
-Hola pequeño -dijo intentando no asustarle-¿Te
has perdido?, pareces asustado; ¿Dónde están tus padres?-Al formular esta
última pregunta se dió cuenta de que igual iba muy deprisa y que sus palabras podían
tener un efecto contrario al deseado.
Santiago
se rasco su rizada y pelirroja pelambrera, una lagrima que le corrió entre las
pecas de su rostro se niño travieso asomó a sus asustados ojos azules.
-Mi
madre… la he perdido…no sé donde está.
Juan
se caló la boina, dejó junto a la mula
un niño Jesús que estaba limpiando, avanzó los escasos diez metros que le
separaban de Santiago, se agachó ante él, le subió los cuellos de la trenca,
secó las lágrimas con un clínex y le
preguntó:
-Hola
hijo, ¿Cuál es tu nombre?
-Santiago
-respondió un poco receloso-.
-No
tienes nada que temer, estás a salvo, ¿Te has perdido?
El
pequeño recordó las cosas que había oído en las noticias de hombres mayores que
hacen daño a muchachos como él y todo su cuerpecito de niño de diez años se
sacudió en un temblor y retrocedió un paso y clavó sus ojitos asustados en Juan,
que era ya suficientemente viejo para que su cabeza pobre en pelo pero rica en experiencias
comprendiera perfectamente la situación.Dijo en un intento de calmar al niño:
-Yo
soy Juan. Juan Garrido, para servirle a usted señorito y soy miembro fundador
de la asociación belenista de bizkaia. Cuido la exposición para que todo esté
perfecto.Yo solo… -dijo y soltó un suspiro-
-
Vamos a buscar a tus padres, cuéntame donde te has perdido.
Lo
cogió por el brazo y lo acercó a una pequeña estufa que Juan tenía en un
rincón, junto a una columna de estilo gótico, Santiago empezaba a estar más
tranquilo. Narró entonces lo sucedido incidiendo en que fue su madre la que
desapareció de repente y no él el que se
había dejado arrastrar por el olfato al interior de la “turronería Ivañez” desobedeciendo a su
madre y despistándose por completo.
Por
supuesto Santiago no tiene el número de teléfono
de su madre, tampoco el de casa.
En
la calle Correo un agente de la policía municipal conversa con una mujer
visiblemente alterada, es joven y bastante atractiva aunque su rostro revela
que ha llorado bastante, los rayos del sol invernal refleja
destellos en sus humedecidos ojos de color almendra.
-¿Y
dice usted que estaba mirando escaparates con su hijo y de repente se extravió?
-Así
fué.No sé cómo pudo pasar, pero de pronto ya no estaba, ¡mi hijo, Dios mío!
¿Dónde estará? Miró a su alrededor, al fondo toda la calle Correo preñada de
tiendas; había escrutado el interior de todas, una a una en busca de Santiago,
se asomó a la vieja turronería, tampoco aquí. Las luces navideñas, iluminaban
la noche, ¿cómo estaría Santiago?, sintió estremecerse cuando le golpeó la
culpa, había perdido a su hijo.
Miles
de ideas y todas malas se agolpaban en su mente ya claramente sobrepasada por
la situación; tenía que avisar a su marido. ¿Cómo se lo iba a contar?, ¿Cómo
había sucedido?, se quería morir de repente y escapar de esta pesadilla y máxime
cuando la policía le comunico que le ayudarían en una primera búsqueda pero que
hasta que no trascurran cuarenta y ocho horas de la desaparición no se puede
denunciar y ellos no pueden iniciar una búsqueda oficial, que tendría que irse
a su casa y esperar
-¡Cuarenta
y ocho horas! ¡Dios mío! ¡Esperar, me voy a volver loca! Tenía que llamar a
casa y…
En
el centro de la calle, sola, la mirada fija en el portón del Ángel con un
zapato con el tacón roto en la mano y preguntándose si Santiago estaría muy
lejos, Mil y una veces martilleando su
cabeza, ¿Dónde estará?, ¿Cómo sucedió?
Las
palabras de Juan consiguieron tranquilizar a Santiago que tomó un chocolate que
le ha hecho con sus duras y viejas manos en la sacristía
-No
creo que al párroco le moleste-había
dicho-es por una buena causa y además ¿quién le iba a negar nada a aquella
carita angelical que dejaba volar ahora su imaginación mirando absorto los
belenes?; Juan ya había llamado a la policía y pronto vendría mama a buscarle.
-Mira
Santiago: Los reyes magos que van a adorar al niño Jesús…
-Pero
los reyes magos no existen, es mentira, son los padres-refutó Santiago con
sequedad-
-Bueno,
si…, no sé…
-Los
reyes son los padres que hacen las compras en el casco viejo o en el corte inglés
y que además pierden a sus hijos, es un fastidio la navidad…
En
el exterior María mira nerviosa su Rolex, las lagrimas han vuelto a sus
mejillas.Ya se lo había comunicado a su ex que no se lo tomó nada bien; muy al
contrario ¡le ha echó una bronca de cuidado!
-Eres
una irresponsable -Había dicho, y-Voy a hablar con mi abogado para reclamar un
cambio en la custodia.-amenazó-
Se
siente aún más sola con un vacio en el centro del alma cuando se le acerca un
agente.
-Sabes
que la navidad es una ilusión, una ilusión para los niños que la fabrican los
padres, un tiempo en que parece que volvemos a ser humanos, niños con los
sueños que perdimos por el camino….
-Pero…-dijo
Santiago-
-Es
posible que todo sea mentira, que ni Jesús naciera en un pesebre y que no hubo
estrella que guiara a los Reyes magos, que nos serían magos, ni siquiera fuera
hijo de Dios. Mira Santiago el ser humano ha perdido la magia en una suerte de números
y obligaciones. La magia aún vive en la navidad, la magia de volvernos niños,
no lo olvides durante toda la vida. Respecto a tus padres…
En
ese momento se abrió la puerta de Los Peregrinos y como una aparición angelical
la madre de Santiago; María, apareció coja, sin un zapato pero con el rostro
iluminado, sus ojos color almendra brillaban con el fulgor de un millón de lagrimas.
Esta vez lagrimas de felicidad.
Santiago
corrió a abrazarla y al apretar contra él prominente y conocido pecho dijo:
-¡Mamá
te quiero mucho!