sábado, 4 de enero de 2014

SANTIAGO



¡Qué frio hace!-Pensaba Santiago mientras su madre le arrastraba de la mano por las calles del casco viejo, de tienda en tienda en una carrera que a Santiago no le agradaba lo más mínimo.
Cómo ya sabía que los reyes eran los padres, su madre no tenía que dejarle con los abuelos y comprar los regalos a escondidas. Al menos los del resto de la familia aunque esta tampoco estaba muy contenta con la nueva situación.
-¡Vamos Santi!, ¡no te separes Santi!-no paraba de repetir-. Mira Santi aquí igual vemos algo para Cynthia, pero ¿me guardaras el secreto verdad?
-Si mamá -contestaba Santiago al que le quedaba rescoldo de enfado por la traición paternal de ser unos  magos de oriente muy poco orientales-.

Las calles del casco viejo son un hervidero de gente que va y viene en navidad, los comercios abren sus puertas hasta altas horas de la tarde y las luces que engalanan  las  calles les confieren a estas un ambiente mágico; la navidad siempre había sido la época del año que más había gustado a Santiago, pero este era el primer año de saber la verdad; de momento no parecía tan doloroso como había pensado en un principio; lo que sí que le dolían eran las muñecas.
-¡Suéltame mamá me vas a sacar  una mano!
-Bueno; pero no te separes Santi, ¡mira que si te pierdes!
-¡Qué no mamá! ¿No dices que soy mayor?

La turronería de Iváñez es un negocio que lleva en Bilbao desde muchísimo antes de que Santiago naciera, incluso desde mucho antes de que su madre naciera, concretamente desde 1860 aquí en la calle Correo justo en frente de la puerta trasera de  la catedral de Santiago, la que da al claustro, pero esto Santiago, nuestro Santiago no lo sabe, aún no.
El aroma del turrón hizo que de pronto el tiempo se detuviera, impregnaba todo el ambiente al pasar por la puerta de aquella tienda que a Santiago le pareció llena de magia, dio un paso al frente y se vio dentro de la  tienda mirando aquellos estantes llenos de dulces y exhalando aquel aroma por encima de la bufanda de rayas granates y grises, olía como su casa la noche de navidad. ¡Sería maravilloso ser el hijo de los dueños de esta tienda! ¡Siempre oliendo a navidad! En la calle se oyó un revuelo de gente, dentro la magia continuaba.

De Pronto Santiago recuerda que tiene una madre y un escalofrío le recorre la medula espinal y siente un vahído que casi le hace caer, sus pequeñas botas “Kickers” vuelven sobre sus pasos y le llevan a  la calle. Una ráfaga de aire frio le golpea en la cara y al contraste con el calor del interior de la turronería siente otro nuevo escalofrio que se ve agravado por una profunda sensación de desamparo. No puede llorar, no puede gritar, está bloqueado. ¿Dónde está mamá?
De pronto e inconscientemente su cuerpecito inició la carrera; una carrera desesperada de apenas unos metros en busca del amparo de la catedral.

Como ya dije  frente a la citada turronería se encuentra la puerta del ángel, también llamada puerta de los peregrinos que da acceso al claustro de la catedral de Santiago.
Cuando el niño de diez años atravesó el portón Juan salió de su absorto trabajo de conservación de los belenes que allí se exponen todas las navidades. Ya se habían marchado los visitantes y pese a que la gente en general es bastante respetuosa siempre hay algún musgo que recolocar o alguna figura que retocar y en eso estaba cuando entró Santiago.
Vio ante sí a un niño asustado, jadeante y le invadió un gran sentimiento de compasión. Juan no había tenido hijos porque tampoco se había sabido relacionar con el otro sexo, nunca había conseguido que nadie se enamorara de él. Así que lo miró como al hijo que nunca tuvo.

 -Hola pequeño -dijo intentando no asustarle-¿Te has perdido?, pareces asustado; ¿Dónde están tus padres?-Al formular esta última pregunta se dió cuenta de que igual iba muy deprisa y que sus palabras podían tener un efecto contrario al deseado.
Santiago se rasco su rizada y pelirroja pelambrera, una lagrima que le corrió entre las pecas de su rostro se niño travieso asomó a sus asustados ojos azules.
-Mi madre… la he perdido…no sé donde está.
Juan se caló la boina, dejó  junto a la mula un niño Jesús que estaba limpiando, avanzó los escasos diez metros que le separaban de Santiago, se agachó ante él, le subió los cuellos de la trenca, secó las lágrimas con un clínex  y le preguntó:
-Hola hijo, ¿Cuál es tu nombre?
-Santiago -respondió un poco receloso-.
-No tienes nada que temer, estás a salvo, ¿Te has perdido?
El pequeño recordó las cosas que había oído en las noticias de hombres mayores que hacen daño a muchachos como él y todo su cuerpecito de niño de diez años se sacudió en un temblor y retrocedió un paso y clavó sus ojitos asustados en Juan, que era ya suficientemente viejo para que su cabeza  pobre en pelo pero rica en experiencias comprendiera perfectamente la situación.Dijo en un intento de calmar al niño:

-Yo soy Juan. Juan Garrido, para servirle a usted señorito y soy miembro fundador de la asociación belenista de bizkaia. Cuido la exposición para que todo esté perfecto.Yo solo… -dijo y soltó un suspiro-
- Vamos a buscar a tus padres, cuéntame donde te has perdido.
Lo cogió por el brazo y lo acercó a una pequeña estufa que Juan tenía en un rincón, junto a una columna de estilo gótico, Santiago empezaba a estar más tranquilo. Narró entonces lo sucedido incidiendo en que fue su madre la que desapareció de repente y no él el que se  había dejado arrastrar por el olfato al interior de  la “turronería Ivañez” desobedeciendo a su madre y despistándose por completo.
Por supuesto Santiago no tiene el número  de teléfono de su madre, tampoco el de casa.

En la calle Correo un agente de la policía municipal conversa con una mujer visiblemente alterada, es joven y bastante atractiva aunque su rostro revela que ha llorado bastante, los rayos del sol invernal  refleja  destellos en sus humedecidos ojos de color almendra.
-¿Y dice usted que estaba mirando escaparates con su hijo y de repente se extravió?
-Así fué.No sé cómo pudo pasar, pero de pronto ya no estaba, ¡mi hijo, Dios mío! ¿Dónde estará? Miró a su alrededor, al fondo toda la calle Correo preñada de tiendas; había escrutado el interior de todas, una a una en busca de Santiago, se asomó a la vieja turronería, tampoco aquí. Las luces navideñas, iluminaban la noche, ¿cómo estaría Santiago?, sintió estremecerse cuando le golpeó la culpa, había perdido a su hijo.
Miles de ideas y todas malas se agolpaban en su mente ya claramente sobrepasada por la situación; tenía que avisar a su marido. ¿Cómo se lo iba a contar?, ¿Cómo había sucedido?, se quería morir de repente y escapar de esta pesadilla y máxime cuando la policía le comunico que le ayudarían en una primera búsqueda pero que hasta que no trascurran cuarenta y ocho horas de la desaparición no se puede denunciar y ellos no pueden iniciar una búsqueda oficial, que tendría que irse a su casa y esperar
-¡Cuarenta y ocho horas! ¡Dios mío! ¡Esperar, me voy a volver loca! Tenía que llamar a casa y…
En el centro de la calle, sola, la mirada fija en el portón del Ángel con un zapato con el tacón roto en la mano y preguntándose si Santiago estaría muy lejos, Mil y una veces  martilleando su cabeza, ¿Dónde estará?, ¿Cómo sucedió?

Las palabras de Juan consiguieron tranquilizar a Santiago que tomó un chocolate que le ha hecho con sus duras y viejas manos en la sacristía
-No creo  que al párroco le moleste-había dicho-es por una buena causa y además ¿quién le iba a negar nada a aquella carita angelical que dejaba volar ahora su imaginación mirando absorto los belenes?; Juan ya había llamado a la policía y pronto vendría mama a buscarle.

-Mira Santiago: Los reyes magos que van a adorar al niño Jesús…
-Pero los reyes magos no existen, es mentira, son los padres-refutó Santiago con sequedad-
-Bueno, si…, no sé…
-Los reyes son los padres que hacen las compras en el casco viejo o en el corte inglés y que además pierden a sus hijos, es un fastidio la navidad…
En el exterior María mira nerviosa su Rolex, las lagrimas han vuelto a sus mejillas.Ya se lo había comunicado a su ex que no se lo tomó nada bien; muy al contrario ¡le ha echó una bronca de cuidado!
-Eres una irresponsable -Había dicho, y-Voy a hablar con mi abogado para reclamar un cambio en la custodia.-amenazó-
Se siente aún más sola con un vacio en el centro del alma cuando se le acerca un agente.

-Sabes que la navidad es una ilusión, una ilusión para los niños que la fabrican los padres, un tiempo en que parece que volvemos a ser humanos, niños con los sueños que perdimos por el camino….
-Pero…-dijo Santiago-
-Es posible que todo sea mentira, que ni Jesús naciera en un pesebre y que no hubo estrella que guiara a los Reyes magos, que nos serían magos, ni siquiera fuera hijo de Dios. Mira Santiago el ser humano ha perdido la magia en una suerte de números y obligaciones. La magia aún vive en la navidad, la magia de volvernos niños, no lo olvides durante toda la vida. Respecto a tus padres…

En ese momento se abrió la puerta de Los Peregrinos y como una aparición angelical la madre de Santiago; María, apareció coja, sin un zapato pero con el rostro iluminado, sus ojos color almendra brillaban con el fulgor de un millón de lagrimas. Esta vez lagrimas de felicidad.
Santiago corrió a abrazarla y al apretar contra él prominente y conocido pecho dijo:
-¡Mamá te quiero mucho!

2 comentarios:

  1. Gracias por un cuento tan bonito . Siempre seras mi escritor favorito.Ya estoy ansiosa por leer otro. Animo.Hasta el proximo.

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  2. Bajo una historia corriente, que pudiera aparentar una relativa intrascendencia, subyace un excelente derroche de recursos narrativos. Me parece un excelente relato con cierto mensaje de fondo: las cosas, por mal que estén, son susceptibles de empeorar. De modo que tanto la madre como el niño sienten una gran alegría al ver restablecida su normalidad con el reencuentro. Una normalidad que ambos reputaban como poco placentera antes del extravío. Francesc Rovira Llacuna (Sabadell, Barcelona).

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